domingo, 30 de septiembre de 2012

SEPTEMBER SONG


SEPTEMBER SONG

When I was a young man courting the girls
I played me the waiting game
If a maid refused me with a tossing curls, oh,
I let the old earth, take a couple of whirls
While I plied her with tears in prays of pearls
And as time came around she came my way
As time came around she came

For its a long, long while, from May to December
And the days grow short, when you reach September

And I have the lost my tears, and the walking in the little rain
Hey honey, I haven't gotta time for gaining Waiting Game

And the days turn to crawl(?grow old?) as they grow few
September, November

And these few colden(?golden?) days I'd like to spend 'em with you
These golden days, I'd like to spend 'em with you

And the days dwindle down to a precious few
September, November

And I'm not quite a quip for the waiting game
I have a little money, and I have a little pain

And these few golden days, as the days grow so few
These golden days, I'd like to spend 'em with you
These precious golden days, I'd like to spend 'em with you
September song, September song
September song, September song


ANSIAS AÚN


PETIT LAROUSSE ILLUSTRÉ


MONSIEUR G


LA PEREZA


LA PEREZA
El alma adora nadar.

Para nadar es necesario extenderse sobre el vientre. El alma se disloca y parte. Se va nadando. (Si su alma se va cuando está usted parado, o sentado, o con las rodillas flexionadas, o los codos, con cada diferente posición corporal, el alma partirá con un comportamiento y formas diferentes, es lo que desarrollaré más tarde.)

A menudo se habla de volar. No es eso. Lo que hace es nadar. Nada como las serpientes y las anguilas, jamás de otra manera.

Es así que muchas personas poseen un alma que adora nadar. Se les llama vulgarmente perezosos. Cuando el alma abandona el cuerpo por el vientre para nadar, se produce tal liberación de no sé qué, es un abandono, un goce, una relajación tan íntima.

El alma se va a nadar en el hueco de la escalera o en la calle siguiendo la timidez o audacia de un hombre porque ella siempre conserva un hilo de ella a él y si este hilo se rompiese (en ocasiones se hace muy tenso pero es necesaria una fuerza pavorosa para romper el hilo), sería terrible para los dos (para ella y para él).

Cuando ella está ocupada nadando lejana mediante este simple hilo que une al hombre al alma se cuelan volúmenes y volúmenes de una especie de materia espiritual, como lodo, como mercurio o como un gas –goce sin fin.

Es por esto que el perezoso es incorregible. No cambiará nunca. Es por esto que la pereza también es la madre de todos los vicios. Porque… ¿quién es más egoísta que la pereza?

Tiene fundamentos que el orgullo no tiene.

Pero la gente se ensaña con los perezosos.

Mientras ellos están acostados se les golpea, se les arroja agua fría en la cabeza, rápidamente deben traer su alma. Entonces ellos lo miran con esa mirada de odio que se conoce bien y que se ve sobre todo en los niños.

HENRI MICHAUX La nuit remue, 1935 / Traducción: Carlos Estela





martes, 25 de septiembre de 2012

MIS PASEOS AL AMANECER


PETIT LAROUSSE ILLUSTRÉ


MONSIEUR G


NIÑO MONTADO EN EL TIOVIVO



 NIÑO MONTADO EN EL TIOVIVO.
La plataforma con los solícitos animales gira casi a ras del suelo. Tiene la altura ideal para soñar que se está volando. Ataca la música, y el niño se aleja, dando tumbos, de su madre. Al principio tiene miedo de abandonarla. Pero luego advierte lo fiel que es a sí mismo. Cual fiel soberano, gobierna desde su trono un mundo que le pertenece. En la tangente, árboles e indígenas hacen calle. De pronto, en algún oriente, reaparece la madre. De la selva virgen surge luego la copa de un árbol tal como el niño la vio hace ya milenios, tal como acaba de verla ahora en el tiovivo. Su animal le tiene afecto: cual mudo Arión va el niño montado en su pez mudo, un toro-Zeus de madera lo rapta como a una Europa inmaculada. Hace ya tiempo que el eterno retorno de todas las cosas se ha vuelto sabiduría infantil, y la vida, una antiquísima embriaguez de dominio con el estruendoso organillo en el centro, cual tesoro de la corona. Al tocar éste más lentamente, el espacio empieza a tartamudear y los árboles, a volver en sí. El tiovivo se convierte en terreno inseguro. Y aparece la madre, ese poste tantas veces abordado, en torno al cual, el niño, al tocar tierra, enrolla la amarra de sus miradas.


WALTER BENJAMIN

viernes, 21 de septiembre de 2012

ADMIRADO MARCOS ORDÓÑEZ



ASUNTOS PRIMORDIALES. JEAN EUSTACHE
Hubo una época en la que podía recitar de memoria los nombres de las amantes de Jean Eustache como si fueran personajes de una novela clásica: Jeanne Delos, Catherine Garnier, Marinka Matuszewski, Françoise Lebrun. Ahora he tenido que rastrearlas. Y sabía también que en la rue Nollet, donde se suicidó de un balazo en el corazón, como Guy Debord, habían vivido Paul Verlaine, Henry Miller y Barbara. Decían que apenas salía de casa pero cuando murió tenía cuatro proyectos. Sus títulos recordaban canciones o películas de los años cincuenta: Peine perdue, La rue s'allume, Un moment d'absence. El cuarto proyecto era la segunda parte de La maman et la putain, su cumbre. Decían que solo le interesaban cuatro o cinco cosas, pero esas cuatro o cinco eran oceánicas: las mujeres, el dandismo, París, el campo, el idioma francés. Decían que antes de matarse clavó un rótulo en la puerta donde se leía: "Llame fuerte, como para despertar a un muerto".

¿Cómo había empezado todo aquello? La chica pelirroja del cine club había ido a Francia y volvió enloquecida por la película de aquel amigo suyo que se había llevado el premio especial del jurado en Cannes. Dijo: Tenéis que verla, es lo más importante que os va a pasar este año. Dijimos que sí, pero no teníamos dinero ni pasaporte, nada. Pasaron dos o tres años y de repente alguien llegó con el notición: iban a proyectar La maman et la putain en un lugar llamado Fundación Miró. Corrió la voz como una contraseña. Fuimos allí, vimos la película. Tres eternidades más tarde salimos a la oscuridad del parque como si nos hubiera caído un rayo. Mudos, reconocidos, hermanados: aquella película hablaba de nosotros. ¿Cuánto tiempo hacía que no nos sucedía algo así? Nosotros éramos como Alexandre, pero sin follar tanto. Vaya, ni de lejos. El color de la película era el color de nuestro mundo, un mundo de tres cafés (nos gustaba decir "cafés") y doscientas personas, decía Eustache. Tirando largo. Los mundos adolescentes siempre son mundos de doscientas personas. Ahora creo que hay más gente virtual.

Decían que apenas salía de casa pero cuando murió tenía cuatro proyectos
Sería interesante, por cierto, rastrear si fuimos los mismos que, veinte años después, nos hicimos del Plus porque Fernando Trueba había elegido La maman et la putain para el ciclo La película de mi vida. Fue la última vez que pasaron una película en blanco y negro (y de más de tres horas) en prime time, aunque fuera en un canal de pago. Gracias, Trueba.

Ahora estoy en la Facultad. Mi segundo año de periodismo. Nos dicen: Tenéis que hacer un periódico. ¿Entre todos? No, cada uno. Me dan un puñado de páginas blancas. Tienes que escribirlo, sección por sección. Y buscar las fotos y compaginarlo. Cuando me vi con todo aquel papel en las manos supe en el acto lo que tenía que hacer con él. Un mes más tarde presenté mi gran obra. A la profesora le extrañó un poco que sólo hubiera una noticia en la portada, pero pasó la página. Aquello seguía. Y seguía. Y seguía. Eustache y La maman et la putain cubrían política, economía, sucesos, deportes, como el avance maníaco de un regimiento de húsares. Sí, señor: aquel fue mi primer periódico. Me gustaría tenerlo ahora ante mis ojos, pero en aquella época no guardaba nada, o las cosas tenían una curiosa tendencia a perderse. ¿Cómo pude llenar todas aquellas páginas? Bueno, es una pregunta retórica. Lo verdaderamente sorprendente fue que la profesora me aprobó. Y con nota. Santa mujer.

Cuando llegó a la última página me preguntó: ¿Así que, según tú, esto es lo más importante que ha pasado? Pensé en la chica pelirroja, que a saber dónde andaría. Probablemente se habría convertido en un personaje de película de Eustache. Pensé: Lástima, se me ha olvidado hablar de ella, pero no me pareció prudente pedir una página más.

Respondí: Sí, exacto. Esto es lo más importante que ha pasado.

MARCOS ORDOÑEZ


EL HOMBRE QUE FUE JUEVES


PETIT LAROUSSE ILLUSTRÉ


MONSIEUR G


ROSTRO INTERROGATIVO



ROSTRO INTERROGATIVO
La señora que, vestida con precisión y cauta fantasía, más confiada en el ritmo de los miembros que en la adornada contaminación de las ropas, esa mujer que cruza la calle, con la mirada atenta al número de un autobús que cree que debe tomar, aunque no esté segura, ya que la esperan muchos objetivos, esa mujer es bastante joven aunque yo me niegue a dirigirle cualquier pregunta, y por tanto, en el acto mismo con que cruza la calle, recogiendo la efímera y neutra complicidad de los semáforos, imágenes de su vida se le pegan al cuerpo. Tal vez no la llamaríais una mujer guapa, ya que sois sensuales y efímeros —¡odiosos semáforos!—, pero no podéis dejar de admirar el gesto pesado y al mismo tiempo cuidado con que deposita su cuerpo sobre la calle.

Esta mujer ha amado a cuatro hombres: y ahora administra una vida solitaria pero no desierta. Faltan trescientos metros para la parada. Amó a su primer hombre cuando, todavía joven, se descubrió a sí misma dialogando con un hombre de música. Vacilo en llamarlo músico. Tal vez un genio, pero sin duda vulgar, un genio vulgar y callejero. Largas conversaciones construidas como grandes casas de campo sosegaron su risa y pacificaron sus quijadas. Después de este primer habitante, conoció a un cibernético miope y paciente; si el primero era una figura apresuradamente dibujada en la pared, y por lo tanto descubrible al cabo de los años, éste era fatuo, vil, elocuente. Ella se detuvo por amor a la elocuencia. El cibernético le dijo: «Espérame» y cruzó la calle.

Al cabo de dos años, cierto día que la mujer buscaba una cremallera, tuvo una aventura: ignora si por amor, distracción, apresuramiento o imperfecta consulta de los vocabularios. ¿Extranjero? No está segura. Tuvo de él un hijo. Ahí está. Amó después con locura a un cultivador de tulipanes, que jugaba a la lotería y creía que Dios tenía hipo. El hombre contemplaba a aquel hijo con suspicacia, oh no, sin odio.

Ahora que la mujer ha muerto —ya ha tomado aquel autobús, pero ahora la cosa carece de importancia— camina por los laberintos del Seol e intenta comprender por qué su hijo, que le sobrevive, dolorido y solitario, en la extraña curvatura de la tierra, nació de la aventura con un hombre cuyo nombre no recuerda. Por esto tiene ese extraño y atormentado rostro interrogativo, el mentón saliente, y un barrunto de risa metido en las pupilas.
GIORGIO MANGANELLI

jueves, 20 de septiembre de 2012